domingo, 31 de diciembre de 2017

Soltar para poder disfrutar...



Recién llegada a Madrid, venía pensando en el avión, que la vida es como un gran escaparate, como si entramos en unos grandes almacenes en donde podemos o no disfrutar de todo lo que haya, sin la posibilidad real de apoderarse de nada. Si por ejemplo entramos en el supermercado, podemos deleitar cada manjar que haya, pero si nos cargamos la mochila de vinos para mañana, se nos llenará, nos pesará y nos impedirá disfrutar de la siguiente sección. Nada es nuestro, aunque a veces lo parezca, ni los hijos, ni las casas, ni los paisajes, ni un olor, ni un sabor, ni una amiga, ni un trabajo, ni una pareja, ni un amor... nada. Hemos de recordar que todo lo que hay es para tocarlo, acariciarlo, probarlo, respetarlo y finalmente soltarlo.
Con las manos siempre libres, no existirá peso, no habrá miedo ni angustia.
Recordaba el nacimiento de mis hijos y lo que he disfrutado en cada momento con ellos, cada vez que intentaba retenerlos, controlarlos, la vida misma me ponía límites y me recordaba que no eran míos, que nada es mío, aunque le ponga nombres y les llame mis hijos, no son míos, que va! no son míos. Tampoco es mía ninguna pertenencia material, no hay jersey tan bueno como para no ser usado, ni copa de cristal tan valiosa como para no utilizarla, no hay rincón que nos pertenezca... todo son pantallas en las que entramos, gozamos, disfrutamos y salimos para entrar en la siguiente.
Vivimos con la necesidad de mantener, de no despedirnos de nada... He pasado 10 días maravillosos en Lanzarote, he desayunado mirando al mar y disfrutado de conversaciones ricas en profundidad, he recorrido carreteras rodeadas de lava, he visto pueblos que parecían de un portal de Belén, he tocado los libros de Saramago, me he sentado en su silla, he visitado el estudio de Manrique y respirado su obra y esta mañana se acababa esa pantalla... entonces he compartido el asiento estrecho de un avión lleno de gente en un ir y venir constante, he saboreado un bocadillo de queso Brie mientras el mundo parecía tan pequeño abajo... y todos son instantes. Al llegar a Madrid, me he puesto los calcetines, el jersey que llevaba a la cintura, el plumífero y mientras esperaba a mis hijos he sentido la lluvia y el frío de una noche cualquiera.
Si sé soltar cada instante, podré disfrutar sin poseer, sin querer hacerme dueña de nada ni de nadie... para pasar al siguiente momento, a la siguiente pantalla.
La vida es como la maleta sobre la que me he sentado esta mañana para poder cerrarla, si la llenas mucho, te pesa, no puedes arrastrarla, eres menos libre, caminas con menos ligereza.
Y ya está, esta es mi reflexión en este día que va acabando y que le llamamos fin de año. No es más que un día normal, en donde no se es más ni menos por poder hacer regalos o cenar mejor. Es un día más de disfrute de lo que fluye, en el recuerdo constante de que nada nos pertenece y no porque no haya abundancia, que la hay, sino porque la maleta tendría que ser tan grande, que si se hiciera nuestra voluntad y no la del Espíritu Santo, nos aplastaríamos y asfixiaríamos con todo lo que fuéramos atesorando.

Todo mi amor

Almu Fuentes