lunes, 12 de mayo de 2014

Aprender a reconocer al Faraón


Kayzen, El Escorial… 10.30 de la mañana. Un grupo de personas hacemos silencio dentro de una gran sala de meditación. Respiro y siento que mi corazón late muy deprisa. Cierro los ojos y me sorprenden las lágrimas… desde mi parte racional no entiendo, me pregunto el por qué, no hay respuesta, desde lo profundo siento una emoción que no puedo contener. Respiro, respiro, respiro…

Consuelo Martín, doctora en Filosofía, especialista en Metafísica Advaita, profesora colaboradora de la Escuela Española de Desarrollo Transpersonal… y de pronto, abro los ojos llorosos y observo a una mujer mayor, delgada, de pequeña estatura, con aspecto frágil, gafas y paso firme. Se sienta y nos mira, sonríe, comienza a hablar. Como compañera una vela y una botella de agua.

Debo de ser muy impresionable y seguro (siempre me lo han dicho) que exagerada, pero lo que sentí ante la mirada de aquel Ser no puedo describirlo con palabras, no fui la única, siento que el sentir y la paz de la que se llenó aquella sala, no es algo frecuente, al menos para mi.

El mensaje que nos traía no era nuevo, pero tal vez yo estaba más preparada en ésta ocasión, porque mi percepción de mi misma de alguna manera, ha saltado por los aires. Nos habló de la Gran Mente y de la mente pensante, la pongo en minúsculas porque estoy bastante molesta con ésta última, molesta por decir algo.

La mente pensante, el ego, el yo, o como queramos llamarlo, a mi hoy me da igual, es como un faraón al que creemos a pies juntillas. Maneja nuestra vida a través de los pensamientos y las creencias, juzga, culpa, venga, siente pasión, nos provoca dolor, critica, nos hace dudar permanentemente… es fuerte porque le hemos dado TODA la importancia. Un cuerpo y una mente pensante, así es como yo me he movido durante 50 años y prometo que trabajo un montón, todo lo que creo que puedo. Pero claro, trabajaba mal, estaba llevando piedras hacia el lado que me decía mi Faraón para hacer una simbólica nueva pirámide. Una pirámide que me prometía protección, seguridad, éxito y ausencia de carencias.

Confieso que soy un ser humano muy simple, muy sencillo y no alcanzo algunas teorías, ahora sé que es por eso, porque me siento limitada por mi mente pensante y por lo que creo que soy.

Consuelo nos dijo que ella también tiene mente pensante, pero no la cree. Ya está. Con eso me quedo, ella no la cree, no se cree lo que le dice, medita, silencia y sobre todo Contempla la naturaleza. No cree cada pensamiento que le llega del faraón, cada peligro del que le avisa, cada carencia que le anuncia, no la cree. Qué fácil suena y yo… yo la he creído. He creído a mi faraón durante tantos años, tantos que no pude parar de llorar sintiendo una profunda compasión por mi misma.

Por qué Consuelo?, le preguntó un compañero y mi mirada se clavó en su mirada… porque como dice Nisargadatta, así es El Universo. Y a mi me valió, fui consciente de mi grado de "estar dormida" y de mi gran deseo de despertar.

Empezaré por ahí, por darme cuenta de que me mi mente pensante me distrae, me ocupa con cosas que me enredan, que me asustan, que me encogen, que me hacen sufrir. Me habla de separación y no acepta más que aquello que consigue pasar su filtro de la razón. Busca explicaciones y lógica, pero no es real. Está jugando a un juego que yo no deseo jugar, no me importa quién lo empezó, si simbólicamente Adán o fue Eva, me da igual. Y ahora que hago??

De momento dejarme sentir, dedicar un tiempo a la contemplación, a escuchar mi intuición que me lleva al Plan Divino y poner mucha atención por si la mente pensante viene disfrazada con ropajes ya conocidos. Pararme y sentir, respirar y sentir. Mi primer trabajo será aprender a reconocerla, si consigo hacerlo, podré esquivarla y tal vez poco a poco comience a no creerla… aprender a reconocer al Faraón, ese al que le entrego mis miedos y me los devuelve multiplicados por tres, ese que me cuenta que soy culpable y luego juega conmigo y me habla de inocencia y de que no permita que me culpen, ese que me habla de amor y no me lo concede, ese que me dice que soy pequeña cuando le interesa, que no valgo nada, para luego reñirme y avergonzarse de mi. Ese que me dice que no hago lo suficiente, que me maneja a impulsos sin coherencia, que me dice una cosa y luego otra.

Adios Faraón, hoy comienzo mi camino de vuelta a casa, pensé que estaba en el camino… pero me he dado cuenta de que no. Seré poco a poco como los lirios del campo que no se preocupan del sol y del agua, sé que no será fácil (el faraón ya me lo está diciendo… que no podré cumplirlo, que no tengo voluntad), pero con pasos muy cortos, en silencio, con confianza en mi Gran Mente, contemplando… abrazando a aquellos que amo en representación de todos los que somos, los que estamos unidos, al menos voy a alejarme de su poder.

La vida es un juego, pero no el del faraón, sino el de los milagros permanentes, el de los encuentros sincrónicos, el del azar como ley aún no descubierta. El de los mensajes que te llegan como señales, el de los abrazos profundos, el de las No palabras, el de mirarse a los ojos, el de creer en los COMODINES que nos llegan de pronto y nos sorprenden, la vida es un juego en el que no debemos saber en la casilla en la que estaremos mañana, en el que ponernos blanditos, flexibles, como los juncos… La vida es un juego de naturaleza, de colores, de paz, de incógnitas, de luz.

Gracias Consuelo, gracias sabia gran mujer de paz interior. Gracias por mirarme y dejar que me viera a través de tus ojos.

Almu Fuentes