jueves, 10 de octubre de 2013

A una niña



Me siento a escribir en ésta mañana tan bonita en madrid y traigo ésta imagen porque la llevo dentro, en el fondo del corazón. Desde mi parte humana, me pregunto por qué? para qué?...
Hoy quiero hablar de la niña oriental, venida de tan lejos a unos padres que han decidido supuestamente cortar para siempre el hilo rojo que les unía.

Entonces me conecto desde mi esencia con tantos y tantos padres adoptivos que aman y cuidan a sus hijos lejanos, a sus hijos del corazón. Se que la muerte de cualquier ser humano es para nosotros incomprensible, no hace falta ser padre ni madre para sentir un dolor profundo en el corazón cuando se lastima a un niño, tampoco es necesario que sea adoptivo o biológico porque para mi es lo mismo... pero qué digo lo mismo, si soy sincera, yo me siento aún más responsable de un ser que llegó al mundo y sufrió el abandono cuando su piel aún olía a bebe. Y siento el dolor de unos padres que no pudieron tenerla y eligieron ponerla en el camino de la adopción, en la confianza de un futuro mejor.

Los padres adoptivos formamos un sistema, el de haber elegido amar incondicionalmente a un pequeño ser que no nació de nuestras entrañas, nos sentimos inmensamente afortunados. Nos cruzamos en la vida con un propósito similar, nos sonreímos en la distancia de las frías salas de las distintas comunidades. Compartimos como familias la alegría y los nervios, nos conectamos si así lo deseamos más allá de las fronteras y del idioma.

Me cuesta comprender cómo unos padres del corazón, que pasaron por los mismos trámites que hemos pasado todos los que tenemos la suerte de haber elegido adoptar un hijo, puedan tener una pérdida de corazón tan grande como todo indica que puede haber pasado. No imagino en todas esas almas amorosas que han vivido reuniones y exámenes, controles de sus casas, de su vida, de sus familias... que han sentido el nacimiento de sus hijos a través de unas fotografías , el vacío y la impotencia que a veces sentimos por el tiempo transcurrido, no nos imagino haciéndoles daño.

Y desde mi parte espiritual, acepto que aquella niña de 12 años tenía ese destino... aunque tenga que respirar muchas veces para soltar el dolor y la rabia. Desde mi parte espiritual, siento que los padres que hacen daño a su hijo, que deciden su destino con tanta dureza y crueldad, no son más que pobres seres humanos desconectados de sí mismos, llenos de miedos y de limitaciones y con unas perspectivas muy limitadas. Que lo que han hecho es consecuencia de su propio dolor y de sus sentimientos de limitación y separación y están presos de una tremenda infelicidad. Si todos estamos conectados, si somos todos uno, puedo percibir que en realidad ellos representan la parte enferma de una sociedad que somos todos.

Querida niña que cumpliste tu destino, sé que hoy estás con todos los padres y madres que nos han precedido, que ya no sientes miedo ni dolor, que estás viva en otra dimensión, que acabaron tus sufrimientos. Me gusta imaginarte con una flor en la mano y una sonrisa en el rostro, me gusta sentir que nos miras y nos das fuerza y alegría para seguir viviendo y disfrutando de tantos y tantos niños como tú.


Y con ésta imagen me quedo. Que sigas feliz allá donde estés.

Almu Fuentes